Hay quien refiere estos tiempos como los propios para ensoñarse, envolverse en los placeres que el viaje promete, volver a imaginar el pasado neorromántico, el de las buenas gentes que admiraban al salvaje, por supuesto de lejos, y además obtenían prestigio por hacerlo.
Cada vez son más las personas que implican su tiempo y dinero –incluso deuda si tienen privilegios– para realizar si no el viaje de su vida, al menos el viaje que pueden permitirse. El edén de Las Afortunadas, históricamente presente y casi universal, antaño soñado y contado como vergel, adaptante y adaptable según los rigores y rubores del sistema y sus demandas, se encuentra hoy con una ocupación más que aceptable, repleto de hamacas al sol de invierno, de gentes que ven cómo actores y cámaras fotográficas demuestran y recuerdan el paso por aquí inmortalizado en la instantánea, con suerte compartida en las redes sociales virtuales.
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