Una de las mayores hazañas que me tocó desempeñar como directora de hotel fue la de acoger a un gran grupo de turistas de unas 350 personas que volaba de regreso a su país de origen y cuyo avión no pudo despegar a consecuencia de una avería. Era bien entrada la noche del último domingo de Semana Santa y el hotel se había desocupado ese mismo día. La previsión de ocupación de los días siguientes no rondaba ni el 60%, por lo que disponíamos de habitaciones suficientes para albergar al grupo durante una noche, pero no disponíamos de suficientes habitaciones limpias, ya que no esperábamos tal ocupación y la previsión de la gobernanta era dejar el hotel completamente limpio en dos días con el personal del que disponía.
La premisa básica de todo buen hotelero es tener siempre todas las habitaciones limpias e intactas para que puedan ser vendidas, pero ese día la excepción confirmó la regla, y nos faltaban más de 100 habitaciones limpias para acoger al grupo que llegaría en menos de una hora. Era medianoche y también había que darles de cenar. Confirmé el grupo sin dudarlo, siendo consciente de que no disponía de personal de limpieza a esas horas de la noche.
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