En mi anterior entrada sobre la historia de Puerto de la Cruz habíamos llegado a la que yo considero la verdadera edad de oro del turismo portuense: la segunda mitad de los 60. Es en ese periodo, en el que se alcanzan (o sobrepasan) las 20.000 plazas hoteleras, cuando mejores resultados cualitativos obtiene este destino turístico. Lamentablemente, contamos con estadísticas poco fiables para caracterizar aquel periodo. Los datos sobre el conjunto de la isla apuntan a algo más de 180.000 turistas hoteleros en 1967 y 465.000 en 1973 para llegar a 680.000 en 1975, primer dato de las estadísticas del Cabildo de Tenerife. Puerto de la Cruz era el protagonista indiscutible de la industria turística tinerfeña, centrado en una clientela extranjera invernal (ingleses, alemanes y escandinavos) de alto nivel adquisitivo. Piénsese que en 1970 el 44,7% de los turistas portuenses pernoctaban en hoteles de cuatro estrellas, frente al 20,2% en Las Palmas o un 15,2% en Alicante (todos estos datos y sus referencias pueden encontrarse aquí). Es una época de frecuente evocación nostálgica: los clientes cenaban de smoking y traje de noche, todo hotel que se preciara tenía una orquesta en plantilla, se servían cenas a la carta y abundaban los platos que se terminaban en presencia del cliente. Para una población que todavía era esencialmente rural, Puerto de la Cruz se convirtió en un polo de desarrollo socioeconómico (atrayendo población laboral de todo el norte de la isla) y de atracción cultural, con sus salas de fiestas abarrotadas y sus extranjeros de costumbres liberadas.
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