El profesor de Harvard Business School Clayton M. Christensen acuñó el término tecnología disruptiva en su libro de 1997 El dilema del innovador, donde separaba las nuevas tecnologías en dos categorías: sostenidas y disruptivas. Las primeras se basan en mejoras incrementales a tecnologías ya existentes; de alguna manera, un tipo de resistencia al cambio que describe también a las empresas menos innovadoras y que temen probar nuevas opciones, normalmente empresas y tecnologías que tienen sus días contados. En cambio, las segundas carecen de refinamiento y a menudo tienen problemas de rendimiento, porque son nuevas, apelan a un público limitado y pueden todavía no tener una aplicación práctica probada. Un ejemplo de tecnología disruptiva fue el caso del "teletrófono" o el "telégrafo parlante", de Meucci o Graham Bell, lo que derivó en lo que hoy llamamos "teléfono".
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